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¿Qué esconde Torrenostra?

14 noviembre, 20160

Muchos de nosotros entendemos lo que quiere decir CI (coeficiente intelectual). Fue un término creado para medir la inteligencia intelectual mediante diferentes test. Las personas que obtienen un alto CI son personas con mejores habilidades cognitivas, estas personas tienen más probabilidades de tener éxito en su vida escolar y académica que las personas que su CI es más bajo. Una lógica suposición es pensar que las personas con un CI alto tendrán más éxito en su vida profesional y personal. Esta suposición ha sido contrastada científicamente como incorrecta. Se necesita más que ser “listo o inteligente intelectualmente” para tener una vida exitosa.

El concepto de Inteligencia Emocional (IE) es relativamente nuevo y es Daniel Goleman el que le da una definición más desarrollada científicamente en 1990.



Se podría decir que las personas que tienen una alta IE encuentran más fácil crear y mantener relaciones interpersonales y “encajar” en diferentes grupos de personas. Así mismo, estas personas entienden mejor su propio estado psicológico y esto puede repercutir en dominar mejor su estrés y tener menos probabilidades de sufrir una depresión.

No existe una correlación entre CI e IE. En otras palabras, la inteligencia intelectual (CI) no tiene conexión con cómo las personas entienden y hacen frente a sus emociones y las emociones de los demás (IE).

Así, definimos Inteligencia Emocional como la habilidad de reconocer, entender y manejar nuestras propias emociones y las de los demás.

En términos más reales, esto significa ser consciente que las emociones controlan nuestras conductas e impactan en las personas (positivamente o negativamente). De esta manera, aprender cómo controlar y manejar esas emociones (las nuestras y las de los demás) especialmente cuando estamos bajo algún tipo de presión (laboral, familiar o profesional) es una habilidad que pocos poseen.

La IE se puede desarrollar, cultivar y mejorar a lo largo de nuestras vida y en cualquier momento siempre que estemos dispuestos a ello. Es, sin duda, la clave del éxito para tener una armonía personal, familiar y profesional.